Hay un refrán que reza “cualquier tiempo pasado nos parece mejor”, y puede ser cierto el “nos parece” porque en el presente tenemos más comodidades que antes, entendiendo que vivimos mejor, pero sin considerar las cosas que hemos perdido por el camino. Considero que lo que voy a contar a continuación se trata de un auténtico lujo, en nuestros días irrepetible.
Corría el año 1970 aproximadamente y entonces vivíamos en casa mi madre, que tenía unos setenta años, mi hermano, su mujer y yo. Se dio la circunstancia de que mi hermano y mi cuñada estaban de vacaciones y coincidió que durante aquellos días el hospital también me facilitó poder disfrutar de una parte de mis vacaciones.
Debido a que no me sentía cómoda yendo de vacaciones y dejando a mi madre sola en casa, le propuse ir unos días a hacer una ruta con el coche y la tienda de campaña. Reaccionó no poniendo ninguna objeción a ello y al cabo de poco vi que ya tenía a punto su bolsa de la ropa. Seguidamente se puso a cocinar, creo que lomo y una tortilla, y también puso en fiambreras comida que consideró podíamos necesitar de inmediato. Otra cosa que procuró fue el termo del café, agua y vino. Mientras tanto yo también preparaba los elementos necesarios para hacer camping en el coche.
Emprendimos el viaje antes de salir el sol y llegamos a Zaragoza, donde hicimos la reglamentaria visita a la Pilarica. Un hecho digno de mención es que aparcamos el automóvil en la misma plaza del Pilar.
Una vez cumplida la devoción religiosa nos dirigimos a Soria porque pensé que a mi madre le gustaría conocer el bosque soriano y la Laguna Negra, que ya conocía y sabía como se llegaba a ella.
El lujo a que antes me refería fue que estacionamos el coche en medio de una zona libre semi boscosa situada cerca del camino que debíamos coger para subir a la Laguna. En ese mismo lugar instalamos la tienda de campaña, hinchamos los colchones, encendimos un fuego campestre y cenamos bajo un cielo más estrellado de lo habitual. En aquel entorno nocturno tuve la sensación que éramos dos mujeres de una tribu nómada en vías de extinción. Nadie, que sepamos, se percató de nuestra acampada libre, no apareció ningún agente rural o vecino. Fue un éxito.
A la mañana siguiente recogimos el campamento, cubrimos con un poco de tierra la zona del fuego y miramos de no dejar ningún papel en el suelo. Bien desayunadas emprendimos camino a la Laguna. A medida que íbamos caminando vi a mi madre un poco fatigada, pero me dijo que se encontraba bien, que podíamos seguir. Al llegar a la cima mi madre tenía una expresión de agrado, se la veía feliz. Creo que para ella esa excursión tuvo una connotación de reto personal y a la vez de gozo por el paisaje, dado que ella siempre se había sentido muy atraída por la naturaleza.
Pasamos por otros lugares y fuimos a un camping no recuerdo dónde, pero sí gracias a algunas fotografías he podido saber que visitamos también el Monasterio de Piedra en la comarca de Calatayud en Aragón, siendo en conjunto una excursión muy interesante.
No lo recordaba pero junto a las fotografías que presentamos había una con Dik, un perro raza Basset al que toda la familia queríamos mucho y que era la inteligencia personificada. Incluso entre él y yo existía telepatía. Por ejemplo no le decía nada, solo le miraba y pensaba que era conveniente darle un baño. Por lo visto él adivinaba mi propósito y se escondía de tal manera que nos era difícil de localizar.
Mientras escribía esta historieta he experimentado satisfacción simplemente por el hecho de recordar lo sucedido cincuenta años atrás, acontecimientos que nos permiten rememorar algún aspecto del pasado y tomar consciencia del presente, de cómo el paso del tiempo ha ido modelando nuestra sociedad y nuestras formas de actuar y de vivir.
Les excursions amb tenda de campanya van continuar i també en una altra ocasió vaig invitar a la meva mare a que m’acompanyes, m’agradava perquè veia que s’ho passava bé.