Alguna vez nos puede haber sucedido un episodio vital altamente traumático y doloroso que, por mucho que decidiésemos obviarlo o eliminarlo de nuestra memoria, aún permanezca latente en algún lugar de nuestro ser. Algunas veces he soñado que no me veía capaz de realizar algunas de las tareas que tenía enfrente ni atender a las personas como era debido: podían aparecer como invitados en mi casa o en otros lugares más anónimos y desconocidos.
Estos escenarios nocturnos me producían la sensación de estar sumida en un caos absoluto donde no se vislumbraba ningún atisbo de organización ni de coherencia en los hechos. Los elementos presentes en el sueño se encontraban dispersos y carentes de cualquier función, con el agravante de que el tiempo, acelerado, me impedía ejecutar a tiempo lo deseado. Por suerte la naturaleza es sabia y cuando esta pesadilla alcanzaba su punto álgido, me despertaba.
Cada vez que salía de este inquietante sueño, procedía a cumplir mi trabajo habitual y me olvidaba de él, pero en el estado excepcional en que nos encontramos desde el 13 de marzo sin salir de nuestras casas y alteradas las rutinas diarias por precaución ante el contagio, una noche tras mucho tiempo volví a tener el sueño recurrente de no alcanzar a todo, pero esta vez dediqué tiempo a analizarlo.
Me propuse descubrir cual podía ser el posible motivo de este sueño y revisé algunos episodios de mi vida sin encontrar ninguna coincidencia con el mencionado estado onírico, salvo que algunas veces no me apetece realizar una tarea determinada y la pospongo, pero esta decisión no me ocasiona ninguna alteración pues la realizo en otro momento y tal vez con más empeño. Por lo demás consideré que mis actividades eran aceptables y fluidas, de modo que dejé de preocuparme por este sueño.
Habían transcurrido dos días y una mañana al despertarme decidí quedarme un poco más en la cama en un estado de ensoñación, escuchando la suave lluvia que caía. Sin proponérmelo me vino en mente la experiencia en una unidad de hospitalización pediátrica de un hospital de Barcelona en el que trabajé en una ocasión durante los días de Semana Santa coincidiendo con mis vacaciones de la escuela de enfermería. Aquellas imágenes de la sala me aparecían cual acto de magia, pues pensaba que había dado en el blanco sobre las causas de aquella pesadilla y enseguida lo vinculé al trabajo en esa unidad de hospitalización como auxiliar de enfermería y en turno de noche.
Recordé que durante el desarrollo de este trabajo lo pasé muy mal, los niños estaban en cunas y en salas bastante grandes. La mayoría de ellos lloraban con un llanto conmovedor, una mezcla de dolor, incomodidad, desolación y abandono. Les cogía en brazos, los acercaba a mi pecho mientras los balanceaba, cuando parecía que se calmaban los ponía de nuevo en la cuna e inmediatamente volvían a llorar, y así me pasaba gran parte de la noche. Algunos de ellos levantaban las manos como reclamando que querían ser abrazados por alguien, pero a pesar de ello a algunos no les cogía, bien porque llevaban perfusión de suero y era mejor no moverlos o porque ya les había levantado antes. Cada noche vivía una situación de no dar abasto.
Entre todos ellos por quien más sufrí fue por un niño de unos diez meses que estaba afectado de gangrena en una pierna, lesión muy dolorosa a pesar de los calmantes y curas que se le podían administrar. Era terrible el quejido y lloro de aquella criaturita.
Como decía me di cuenta de que el sueño podía estar vinculado a esta experiencia con las connotaciones de no alcanzar, de no poder satisfacer todos los gestos afectivos reclamados a gritos y además acompañado de la acción tirana del tiempo que no dejaba espacio para procurar el calor humano y mimos que tanto necesitaban aquellos niños, algunos de ellos huérfanos.
Nunca antes ni después de esta experiencia volví a experimentar con tanta crudeza una sensación parecida, la de estar y no alcanzar a algo, extensible asimismo a la sensación de no llegar a tiempo, de no poder solucionar o sacar del atolladero a quienes lo pedían. Sí que me he encontrado en algunas situaciones similares, pero se trataba de personas adultas y mi tolerancia o indignación no era tan grave.
Este análisis, aunque no puedo afirmarlo con certeza, pienso que me ha permitido descubrir la causa de esta pesadilla, ahora solo cabe esperar que el tiempo confirme o no mi hipótesis, pienso que algún efecto tendrá el hecho de enfrentarme al mecanismo psicológico y que sirva para diluir la experiencia y superarla.