Por regla general y hasta el momento, las personas nos caracterizamos por la capacidad de agruparnos para hacer actividades, disfrutar de la compañía y divertirnos, de aquí que seamos empáticos y solidarios con las alegrías y el dolor de nuestros compañeros de vida.

Comprendemos más intensamente el dolor de los demás en el supuesto que hayamos sufrido algún tipo de enfermedad parecida a la que padece otra persona, aunque no se trate de un familiar directo. Esta situación la podemos estar viviendo actualmente y es lógico que nos sintamos movidos por la empatía con las personas que luchan por la vida y que puedan tener desenlaces ausentes de calor humano.

En base a esta reflexión, comentar que durante estos días del reinado del Covid-19, he recordado una experiencia personal relacionada con una enfermedad infecciosa, estigmatizante y con dificultades de tratamiento.             

Sucedió en el año 1973 mientras estudiaba segundo curso de enfermería y realizaba mis prácticas en una unidad de hospitalización de medicina interna, dándose la circunstancia que una auxiliar de clínica fue contagiada de tuberculosis pulmonar (TP) durante las atenciones que procuraba a un enfermo, hecho que ocasionó un estado de alarma en toda la unidad asistencial.

Por este motivo a los profesionales nos hicieron una revisión médica, para descartar otro posible contagio. Personalmente el test de Mantoux dio positivo y la exploración radiológica mostraba una lesión de TP en la zona apical del pulmón izquierdo. Cuando el doctor me comunicó el resultado entré en pánico y la primera imagen que elaboró mi mente fue la de verme en el Sanatorio Antituberculoso de Terrassa.

Vi la radiografía y el doctor me mostró la imagen indicativa de una caverna situada por debajo de la clavícula, creo recordar del lado izquierdo, y a la vez solicitaba una segunda exploración radiológica consistente en una tomografía, exploración que en aquel momento se hacía manualmente en secciones o planos pulmonares.

Recuerdo que este trance me aconteció un sábado al mediodía después de prácticas cuando la mayoría de mis compañeras de estudió ya habían salido de la escuela para disfrutar del fin de semana.

Con el uniforme de alumnas, izquierda Rosa M. Masana al lado Chari Pineda

Al salir de la consulta lloré desconsoladamente, sentía un estado indescriptible de agobio y veía como todos mis proyectos vitales se podían truncar en un momento. En este estado de desolación tuve la suerte de coincidir con la instructora de prácticas M. del Carmen Nogués,(1) que muy comprensivamente me dedicó palabras de ánimo y consuelo, hecho que le agradecí y siempre he recordado.

El lunes me presenté al servicio de radiología y me hicieron la tomografía. El tiempo de espera de los resultados fue interminable. Finalmente, no sé cómo expresar la alegría que sentí, cuando me informaron de que se habían confundido, que la supuesta lesión pulmonar era inexistente, que se trataba de la “falsa caverna del estudiante”, consistente en una aparente lesión formada por estructuras orgánicas confluentes similares radiológicamente a una lesión por TP. Interpreté este repentino y revertido advenimiento casi como un auténtico milagro, si tenemos en cuenta el índice estadístico de este tipo de falsa manifestación patológica.

Los seres humanos no podemos sufrir por todo lo que les ocurre a nuestros compañeros de vida, pero sí que tenemos capacidad para comprender sus angustias y penalidades, más aún cuando alguien ha sido víctima de una sentencia diagnóstica del amplio abanico de enfermedades de los siglos XX y XXI que van surgiendo gradualmente.

M.Carmen Nogués a la derecha junto con Mercedes Outes

Después de transcurrir unos días des de que escribí este relato, revisé unos álbumes y encontré dos fotografías que estaba presente M. Carmén Nogués junto con otras compañeras, todas    docentes de enfermería. Al verla sentí satisfacción y ahora he considerado a bien adjuntarla en esta página, espero que así sea para todas.

 En la parte posterior constan escritas palabras de coraje y me desean lo mejor para la  escuela de enfermería en la que estaba ocupaba, la firmaban: Margarita Peya (3), Pilar Vilagrasa, M. José Martínez, M. Carmen Nogués, Marga Barberà, Esperanza Ballesteros (2), M. Notirol y dos más que no interpreto bien el nombre.

Posiblemente la imagen corresponde a un congreso de enfermeras docentes, M. Carmen Nogués es la quinta de la izquierda y a continuación le sigue Rosa M. Masana, servidora.

Congreso de enfermeras docentes

Notas

(1) M.Carmen Nogués Domingo, escribio el prólogo de libro de M.A. Martorell, J.M. Comelles, M. Benal (eds). Antropologia y enfermeria. Campos d’encuentro. Un homenage a Dina Garcés, II. Editado por la ‘Universidat Rovira i Virgili’  (URV) de Tarragona, 2010. Así como el de otra version  anterior tambien de Bernarda Garcés (Dina).

M.Carmen Nogués ha desarrollado una gran actividad en Tarragona,  puso en marcha el Colegio Oficial de Diplomados en Enfermeria  de esta provincia, asi como la Escuela  Universitaria de Enfermeria (URV)  del sector  Campus de Tarragona en la que ejerció  tambien de  profesora.
Participo en la ponencia elaborada conjuntamente con  M.F. Jiménez, titulada: Experiencia de formación ético-legal en una Escuela de Enfermería. Speech at the Congress, Congreso Nacional Enfermería y Comunidad Europea, Zaragoza, 1992. Solo citamos algunas de las actividades que nos son conicidas.
 
 (2) Esperanza Ballesteros Pérez es profesora de la Escuela Universitaria de Enfermeria de la Universidad de Barcelona. He localizado en Internet uno de sus  trabajos en equipo titulado: Aproximación a un servicio de atención domiciliaria (SAD)  2005 que fue  galardonado con el Premio de la Sociedad Española de Enfermeria Geriátrica y Gerontologia. Santiago de Compostela.
(3) Margarita Peya es directora d la Escola Universitaria d’Infermeria de la Universitat de Barcelona situada al recinte hospitalari de  Bellvitge. En motiu del 25 anys de la escola  respon a diverses preguntes que li van fer (18-2-2003)

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