Cartilla de credenciales

En el año 1995 Mari Carmen Cabo Téllez (e.p.d.) y yo, Rosa M. Masana, quisimos seguir los pasos que hicieron los peregrinos medievales, suponemos, en busca de espiritualidad, transcendencia y a buen seguro venerar la tumba del apóstol Santiago. Se  dice que se orientaban por la Vía Láctea o camino de las estrellas, y una vez habían llegado a Santiago, algunos de ellos continuaban el camino hasta Finisterre, Finis terrae, lugar donde se creía que terminaba la tierra.

Nuestro sentido del camino tal vez fuese distinto, pero no estaba exento de la humana e inherente necesidad de hurgar en nuestro interior para intentar sentir la fuerza de la eclosión espiritual. Si alguna vez hemos experimentado aunque sea un atisbo de la sublime experiencia de pertenecer a todo, nos sentidos movidos a intentar buscarla de nuevo, aunque decir que puede aflorar bien sea andando o en cualquier otro lugar del planeta.

La primera etapa del camino

Salimos de Terrassa (Barcelona) el día 17 de setiembre del año 1995 y nos dirigimos a Somport y a Roncesvalles en coche, estuvimos en el refugio de Jaca y dejamos el vehículo en Puente la Reina, lugar donde se juntan los dos caminos procedentes de las poblaciones antes citadas. Disponíamos solamente de una semana para andar y desconocíamos hasta donde podríamos llegar.

Las mochilas que llevábamos pesaban ocho kilos. Más tarde supimos que un peregrino el máximo de peso que debe llevar es de un 10% de su peso corporal, nosotras pesábamos 60 kilos, así que nos sobraban dos. Un día llovió copiosamente y nos pusimos la capelina, que ella sola pesaba un kilo, y no fue efectiva porque permitió que entrara agua a través de las costuras. Tuvimos que desprendernos de ella y de la ropa mojada que llevábamos puesta para no sobrecargarnos de peso.

En este primer tramo andamos 144 kilómetros hasta el refugio de peregrinos del pueblo de Belorado. Desde allí y en autobús fuimos a Puente la Reina para recoger el coche para regresar a casa.

 

Salida desde Puente la Reina

 

Credenciales

Segunda etapa

El día 25 de setiembre del año 1996 nos dirigimos a Belorado, dejamos el coche en esta población y emprendimos camino a Santiago de Compostela. Habíamos adquirido experiencia y esta vez, antes de salir de casa, nos servimos de una balanza de cocina para pesar todos los elementos que queríamos poner en la mochila con el propósito  que no sobrepasaran los 6 kilos. Nada de capelina; sólo un par de impermeables de plástico ligero comprados en un Todo a 100, tampoco nos llevamos el saco de dormir, con una sábana vieja hicimos un saco con dos extensiones de tela en la parte superior: una servía para cubrir la almohada y la otra para proteger la parte de la manta que estaría en contacto con el cuello y la fijamos con un par de agujas imperdibles. El problema fue que algunos refugios no disponían de mantas. Las agujas imperdibles servían también para sujetar los calcetines u otras prendas a la parte trasera de la mochila y mientras andábamos se iban secando.

Báscula de cocina y enseres
Mapa con los caminos europeos que confluyen en Puente la Reina

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Llevábamos un pequeño botiquín hecho de ropa para que pesase menos porque era inevitable que aparecieran ampollas en distintas partes de los pies. Vimos que los peregrinos las curaban extrayendo el líquido con una aguja enhebrada que previamente  habían sumergido en una solución yodada. Nos habían dicho que si aparece una úlcera en la planta del pie no puedes seguir andando. Pudimos comprobar en una pareja de recién casados que a ella le había sucedió y tuvieron que dejar el camino. Casualmente a Mari Carmen también le sucedió, pero se negó a abandonar el trayecto. Por mi profesión de enfermera, intenté encontrar una solución al problema. Con una aguja de inyección pinché la ampolla plantar, la desinfecté y vendé. Lo novedoso fue que procedimos a hacer un agujero en el centro de una esponja de baño y  con una venda la sujetamos al pie, abrimos bien el zapato para calzarlo fácilmente y observamos que la parte de la úlcera no llegaba a tocar a la base del zapato. Al principio le resultaba incómodo andar, pero se habituó debido a que evitamos el dolor producido por el roce y de esta manera la lesión poco a poco fue curándose.

Credenciales
Por los montes de Oca

Es importante que los calcetines que nos pongamos sean de algodón; también llevar calzado deportivo ligero de peso y, a ser posible, provisto de cámara de aire. Actualmente las hay muy perfeccionadas y si vamos bien de peso es aconsejable llevar otro par de recambio y unas zapatillas para la ducha.

Amigos del Camino

Durante el camino y especialmente en los albergues te encuentras con personas con las que puedes compartir charlas y experiencias y en ocasiones daba la sensación de habernos conocido de antemano. Además, la mayoría de hospitaleros son personas encantadoras y gozan de un espíritu de ayuda considerable. A veces nos repartíamos la comida, bebida o algún objeto muy necesario en aquel momento como podía ser un abrelatas, jabón, linterna, pañuelos de papel… Pero una de las cosas a las que nos costó acostumbrarnos fue el concierto nocturno de ronquidos y más ronquidos. Hay quien con una admirable aceptación decía: “¡Esta es la música del camino!”. Nosotras no llegamos a captar la filosofía de este hecho. Suerte que el cansancio hacía dormir a los peregrinos como lirones. Muestra de ello es que un día al despertarnos vimos que las ratas habían abierto la bolsa de plástico que teníamos junto a la cabecera de la cama, habían perforado el tubo de leche condensada dejando solo el envoltorio, y nosotras sin enterarnos, aunque es de suponer que durante el festín debían hacer bastante ruido.

Junto con el joven peregrino David

En una ocasión nos prestaron la llave de un albergue que estaba vacío y en muy mal estado. Allí dejamos las mochilas y fuimos a cenar a un bar que había en el pueblo. Llegaron también a cenar cinco o seis jóvenes que hablaban en alemán y no nos quitaban los ojos de encima, nos hacían sentir intimidadas. La sorpresa fue cuando vimos que se alojaban en el mismo refugio que nosotras. Suerte que había una habitación separada y nos pudimos meter en ella. Muertas de miedo, improvisamos una cuña para fijar la puerta. Recuerdo que  pasamos la noche haciendo turnos de guardia. El día siguiente supimos que aquellos jóvenes eran reclusos alemanes que  redimían parte de su condena haciendo el camino de Santiago partiendo de Alemania, acompañados de una persona que se hacía responsable de ellos.

Amigos peregrinos

 

Plaza de la basílica de Santiago de Compostela

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Por el hecho de ser peregrinas algunos restaurantes nos hacían un 10% de descuento. Alguien nos preguntó cómo sabían que íbamos a pie, y les dijimos que por la manera que andábamos y nos sentábamos a la silla, cogidas al borde de la mesa a causa de las  agujetas. Los hosteleros nunca dudaron de nuestra condición.

Mientras tomábamos un café con leche en un bar vimos a un hombre que estaba desayunando huevos fritos con chorizo. Lo saludamos y conversando con el camarero nos dijo: “Este señor es un personaje del camino. Todo el mundo le conoce porque lo ha hecho muchas veces. Su mujer de vez en cuando le echa de casa y le dice: «¡anda, vete a hacer el camino!», y él le hace caso y se pasa casi un mes fuera”. Se nos ocurrió pensar que vivir cerca de una ruta peregrina en algunos casos puede ser una válvula de escape ideal.

Finalmente llegamos a Santiago y lo primero fue ir a la catedral a visitar la tumba del santo, como manda la tradición pelegrina que se remonta al siglo XIII aproximadamente. También durante el par de días que estuvimos en Santiago tuvimos la oportunidad de ver funcionar el botafumeiro. El hecho de haber llegado a Santiago produce una gran satisfacción porque has ido superando todos los obstáculos, pero lo más importante o sustancial del camino es el propio camino diario, porque es donde te encuentras a ti misma en situaciones de cansancio, frio, calor, sed y hambre. Pero con todo, se dice que el camino engancha y es verdad, porque se experimentan vivencias muy agradables. Supimos que una doctora en medicina que trabajaba en el Hospital Clínico de Barcelona hacía el camino cada año.

Credenciales
Diploma recibido al llegar a Santiago

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Una mañana nos estuvo siguiendo un perro. Yo le decía a Mari Carmen: “¡no ves que majo es y que ojos tiene!”. Ella me advertía: “si le miras no nos lo vamos a quitar de encima”, y así fue: intentamos persuadirle sin éxito que no nos siguiera. Vimos que era una perra y empezamos a llamarle Calixta en recuerdo del Códice Calixtino. Pobre Calixta, desconocía la cantidad de quilómetros que tendría que andar detrás de nosotras, pero estaba tan contenta que daba gusto verla. Luego finalmente llegó el gran drama. Como suele suceder en la vida, hay cosas que terminan mal y en ese caso recuerdo que me enfadé mucho conmigo misma, por descubrir que era despiadada, pues tuvimos que tomar la decisión de dejarla antes de coger el avión  Santiago-Barcelona. Se la quedó un pastor que nos dijo que el animal era de una raza muy buena para controlar los rebaños de ovejas. Le dijimos que se llamaba Calixta y se la llevó en brazos. De aquella estampa me acordaré siempre. Calixta iba con la cabeza vuelta hacia nosotras haciendo esfuerzos por zafarse de aquel forastero que la llevaba sujeta en brazos. Fue terrible el sentimiento que me despertó y todavía lo experimento en este momento. No sé qué desvelan en mí los animales que me seducen tanto. No entiendo por qué aún no soy vegetariana.

En Santiago, una vez presentadas las credenciales nos expidieron un diploma fechado el día 4 de octubre de 1996. Habíamos recorrido el tramo de Belorado a Santiago, un total de 430 kilómetros, equivalente a un promedio diario de 26,8 km., aunque un día batimos el récord, anduvimos 43 km. debido a que nos perdimos y no encontramos ningún albergue ni posada. Por haber sido peregrinas la compañía de aviación Iberia nos hizo un descuento del 40% en el billete Santiago-Barcelona. Fue una sorpresa.

Peregrina M. Carmen
Peregrina Rosa M.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Tercera etapa

El día 29 de junio de 2001 llegamos en avión a Santiago de Compostela[1] y nos dirigimos a la oficina de peregrinos a que nos pusiesen el sello en las credenciales para justificar que seguíamos andando hasta Finisterre, pero no lo sellaron porque decían que el camino terminaba en Santiago. Nos puso el timbre una agencia comercial de la ciudad.

Como hemos comentado, en los refugios había hospitaleros generalmente voluntarios, que permanecían en el refugio durante 15 días y tenían la función de atender a los peregrinos. Algunos nos preparaban un café con leche a las siete de la mañana para que pudiésemos desayunar colectivamente y dejar el refugio a las ocho. Generalmente disponían de una caja donde voluntariamente los peregrinos depositábamos dinero para que de esta forma pudiesen cubrir los gastos de mantenimiento general y la compra de algunos alimentos.

Refugio con una hospitalera
La señora Felisa a la entrada de Logroño

El tramo de Santiago a Finisterre tenía unas características distintas, especialmente las ambientales. Además, nos encontramos menos peregrinos que en las dos etapas anteriores y algunas vivencias también fueron muy diferentes.

En Finisterre nos acomodamos en un hostal y sin la carga de las mochilas fuimos andando hasta el faro marítimo situado cerca del rocoso acantilado, zona donde a partir de allí solo existen millas y millas de océano y que debe su nombre al hecho de que los antiguos tenían la impresión que allí terminaba la tierra. Simbolizando el hecho de haber llegado a este punto, se erigió una escultura en forma de botas de peregrino, porque además hay quien dice que los antiguos peregrinos tenían la costumbre de tirar su calzado al mar.

Tuvimos la sorpresa de que en el refugio de esta población y mostrando las credenciales  selladas nos entregaron también un nuevo diploma acreditativo, por cierto muy bonito.

Camino a Muxia

Diploma de Finisterre
Punta del Faro en Finisterre

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

No nos conformábamos con terminarla ruta y proseguimos andando hacia Muxía. Encontramos días muy lluviosos, idóneos para que el aroma de los bosques de eucaliptus se expandiera por el ambiente y al tiempo descubrimos hórreos, que nunca habíamos visto, pero lo que más nos impresionó fue el murmullo del mar de la Costa da Morte, que a lo lejos inspiraba respeto, sobre todo porque éramos conocedoras de los históricos naufragios de buques que se habían producido en aquella costa. La mayoría de bares tienen fotografías que dan testimonio de ello.

En este tramo nos metimos en un buen laberinto, andábamos con mucha lluvia, hasta que al final encontramos un hostal. Cuando paró de llover salimos a la calle y vimos sentada en el portal de su casa a una señora mayor. Iba vestida con la típica falda larga de color negro e iba peinada con una trenza. Era auténtica. Después de conversar con ella, nos dijo: “¿decís que mañana pensáis ir a Muxía por el camino que lleva al río Castro?”. “Sí —le respondimos—, porque volver hacia atrás significaría andar doce quilómetros más para coger el sendero correcto”. Prosiguió diciendo: “pues yo la última vez que fui por este camino no pude cruzar el río porque le faltaba una piedra por donde pisar y, al haber llovido tanto los últimos días, esta vez bajará ancho”.

Debimos tener en cuenta las palabras de una persona conocedora del territorio, pero lanzadas como éramos, emprendimos el camino por donde teníamos pensado. Anda que andarás y al final de lejos vimos el río Castro. Mari Carmen divisaba los ríos a treinta metros de distancia, pienso que era debido al miedo que le ocasionaba pensar en cruzarlos. Al acercarnos vimos que el agua circulaba por encima de la pasarela hecha de bloques de piedra y sí, daba la impresión que al tramo final le faltaba un bloque. Estuvimos vacilando sobre qué hacer, pero en aquel momento, presa de un arranque de heroísmo, le dije a Mari Carmen “dame tu mochila; voy a ver con qué fuerza baja el agua y si puedo dejaré las dos en la otra orilla”. Me descalcé y con ayuda de un bastón largo de peregrino hecho por Joan Muntada, un amigo de Pals, me puse a andar por encima de los bloques de piedra y el agua me cubría hasta los tobillos. Cuanto más al centro me acercaba la corriente también era más fuerte. Sentí miedo y pensé que, si resbalaba, el río me arrastraría hasta algún lugar de la Costa da Morte y me convertiría en una náufraga más de la historia del país. Pero ya estaba en el fregado y decidí continuar. Llegué al último tramo y evidentemente, como nos habían dicho, la piedra no estaba en su sitio. Utilicé el bastón para medir la profundidad que había en aquel tramo y vi que el agua me llegaba a la cintura, pero casi no había corriente, de modo que sumergí medio cuerpo y dejé las mochilas en tierra firme. Retrocedí para acompañar a Mari Carmen a cruzar y esta vez tuve otro arranque, el de autoimponerme el papel de psicóloga, pues M. Carmen estaba muerta de miedo por el solo hecho de poner los pies sobre los bloques y yo le decía: “ánimo que vas bien, vas muy bien, un paso largo, apóyate en mí, no mires el agua entre las piedras, mira sólo donde vas a poner el pie, vas bien, falta poco, lo tenemos”. ¡Uf, al fin llegamos! Dejó la marca de sus uñas en mi brazo a pesar de que siempre las llevaba cortas. Aquel día supongo que no. Me sumergí primero yo en el agua y al estar a un nivel más bajo que ella, vi como las piernas le temblaban como una hoja de papel. Fue en aquel momento que fuimos conscientes de nuestro gran atrevimiento.

Río Castro. La piedra que faltaba es la que está atravesada en primer término

Como he mencionado, antes de iniciar la ruta fuimos a Roncesvalles y asistimos a una misa que se celebraba también para pedir a la Virgen un buen peregrinaje. Tras aquella experiencia en el río Castro consideramos que nos ofreció su protección en las tres etapas del camino. Descubrimos en nosotras mismas como en un momento determinado y según las circunstancias podemos poner de manifiesto nuestro coraje, atrevimiento, decisión o voluntad de acción. Curiosamente sentimos agradecimiento al río Castro, porque a pesar del miedo que nos hizo pasar, también fue generosamente benévolo.

Llegamos a Muxía y nos encontramos con un refugio estupendo, uno de los mejores que conocimos. Estábamos satisfechas y llenas de gozo por haber finalizado sin ningún percance el camino. Pienso que al final sabíamos algo más de nosotras mismas y también teníamos más conocimientos porque  las personas conocedoras de su tierra nos mostraron aspectos del paisaje, de la arquitectura y de las casas de barro, de los animales, de las obras de arte de las iglesias o por el simple hecho de verlas actuar y su sentido de la vida. No podemos dejar de comentar los espacios vividos de recogimiento, cansancio, miedo, hambre, sed y las percepciones de algunos lugares que parecían más intensas. También el disfrute de comer unos huevos fritos con chorizo o una sopa cuando estás a punto de desfallecer de cansancio y poder compartir cosas con los demás. En conjunto crearon una amalgama de experiencias gratas de recordar. Lástima que en estos momentos no podamos compartir con Mari Carmen el recuerdo de aquellos días.

Una anécdota

En el refugio de Muxía encontramos a una señora sentada en un sofá que estaba bebiendo algo de un tetrabrik —pensamos que era zumo pero no, era vino—, y al tiempo decía en acento inglés: “¡maravilloso!, maravilloso!”. Estaba entusiasmada porque había finalizado el camino de Santiago desde Roncesvalles, pero lo más sorprendente fue cuando dijo tener 70 años. Fue admirable porque varios de los peregrinos que estábamos allí nos contagiamos de su exclamación, “¡maravilloso! ¡maravilloso!” —y sin tetrabrik—, hasta el punto de pensar que, en efecto, todo había sido maravilloso. Vivimos un momento mágico de satisfacción colectiva como en raras ocasiones suele darse. Aquella mujer había venido sola desde los Estados Unidos de América para hacer el camino. Nos dijo que se había inspirado en un libro de la actriz Shirley MacLaine sobre su experiencia como peregrina a Santiago de Compostela. Lo curioso es que la mujer del refugio guardaba un gran parecido físico a la actriz.

Certificado expedido el día 6 de julio de 2001
Muxia

El juego de la oca y el camino

Mari Carmen y yo descubrimos la relación entre el camino y el juego de la oca, al preguntar por qué en el enlosado de una plaza de Logroño había el citado juego. Alguien nos comentó que tanto en la vida como durante la peregrinación, pueden sucederte hechos que tienen similitud con los mensajes que llevan implícitas las casillas del juego. El camino era como vivir toda una vida en poco tiempo y lo curioso fue que estando atentas pudimos corroborar algunas de estas cosas.

En el año 1908 en Festo, isla de Creta (Grecia), se descubrió una pieza circular hecha de barro que paso a llamarse disco de Phaistos y se considera que pertenece al periodo minoico entre los años 1580 al 1700 antes de Cristo. Lo más singular, según los expertos, es que se trataría de un ancestral juego de la oca.     

Disco de Phaistos
Juego de la Oca

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

     

Existen diversas interpretaciones sobre el significado de cada una de las casillas de este juego dispuesto en forma de espiral, pero mi propósito es simplemente describir lo que nos sugerían estas casillas y relacionar su mensaje con las vivencias que, sin buscarlas, nos íbamos encontrando.[2]

El juego está dibujado sobre una lámina cuadrada y se inicia formando una espiral levógira, o sea, que gira a la izquierda, en sentido contrario a las agujas del reloj. Dispone de 63 casillas, aunque se considera que son 64 incluyendo el núcleo central, los números tienen su importancia. Las siete casillas más relevantes son: el puente (casillas número 6 y 12), suerte de ellos porque atravesamos ríos como el Arga, Ebro, Carrión y Riosil; la posada (número 19, dos turnos sin jugar), el pozo (31, dos turnos sin jugar), los dados (26 y 53), el laberinto (42, retroceder a la casilla 30), la prisión (52, tres turnos sin jugar), la calavera (58, volver al inicio). Finalmente con el número exacto se alcanza el centro. Podríamos decir que se trata de un recorrido donde podemos avanzar o retroceder para volver a emprender la ruta.

En cuanto a nuestra experiencia, en ocasiones teníamos la sensación que habíamos avanzado bastantes kilómetros, era como ir de oca en oca y tiro porque me toca. Casualmente en la zona de los Montes de Oca nos alcanzó un diluvio universal que nos hizo andar como las ocas balanceándonos entre el barro que se había formado y casi sin poder levantar los pies. Suerte del calzado y de la ropa de recambio que llevábamos. Pero también sucedía que algunos días andar no cundía y teníamos que alojarnos en una pensión o casa particular antes de que pudiésemos llegar al refugio. Perdíamos bastante tiempo.

En algún momento puedes encontrarte medio muerta y esto sucedió el día que anduvimos 42 quilómetros. Me desmayé a causa de una insolación quedándome obnubilada y tendida en el suelo. Mari Carmen dijo: “¿quieres que lo dejemos?”. Le respondí “espera un poco”. Con la ayuda de un pañuelo empapado con el agua que llevábamos para beber y puesto en la nuca aprovechando la diminuta sombra de un matorral me recuperé. En otra ocasión andábamos por una cuesta llena de cantos y yo de nuevo estaba al límite, me costaba mucho continuar andando. Suerte que Mari Carmen resistía y era ella quien me daba ánimos. Finalmente pudimos alojarnos en un hostal. Subí con esfuerzo al primer piso y me tendí en la cama con la sensación de quedarme adherida a ella tal como si tuviese pegamento en la espalda. Mari Carmen bajó a cenar y al rato subió acompañada de un chico que llevaba en las manos una sopera. Al verle pensé que tenía una alucinación: salido de no sé dónde, era imposible que fuese más guapo. La sopa resultó ser la más deliciosa que hasta el momento haya comido jamás. Mari Carmen, él y la sopa me resucitaron, pues estaba al límite al igual que el día de la insolación. Supongo que, según el juego de la oca, estuve dos veces en la casilla número 58.

Debido a nuestra facilidad para perdernos, varias veces tuvimos la sensación de estar inmersas en un laberinto y siempre en un cruce de caminos. Entonces nos preguntábamos, “¿tú has visto la indicación?”, “no”, “yo tampoco”, “¿y ahora qué dirección tomamos?”. Llegados a este punto era el azar quien mandaba o, según viésemos donde se encontraba el sol y siguiendo siempre el norte, decidíamos qué camino tomar. Cabe decir que siempre llegábamos a algún sitio poblado, pero con más kilómetros a cuestas.

Una noche tuve un sueño muy raro. Soñé que el mar era de color plateado y al despertarme me acordaba perfectamente de el. Nos pusímos en marcha y a las afueras de un pueblo vimos a un cura alto y delgado con una sotana negra convertida en gris debido al desgaste del tejido y adornada con topos aceitosos. Sus dientes artificiales eran de plata… ¡qué casualidad con la plata!. El religioso tenía una presencia imponente, parecía un superviviente de la edad media. Ante su casa tenía un montón de leña y nos dijo, “¿me ayudáis a entrarla en casa?”. Mari Carmen dijo que ella se quedaba afuera para guardar las mochilas, estaba bastante cansada; yo cogí un tronco que pesaba lo suyo y el cura me dijo “sígueme”. Fui detrás de él cruzando la casa hasta llegar al patio y deposité la leña donde me indicó. Volví, cogí otro leño, me siguió; al tercero dije “¿bueno y usted no lleva ningún tronco?”. El cura hacía los viajes de vacío. “Pues señor cura —le dije—, entiéndalo: llevamos bastantes quilómetros andando y aún nos quedan bastantes por hacer”. Al dejarle tuve una grata sensación de libertad, porque me había sentido como secuestrada.

En otra ocasión en un albergue —no nos quedábamos a dormir, solo queríamos parar un momento— nos encontramos que de repente estábamos ayudando al hospitalero a pelar pimientos asados que íbamos poniendo en frascos de cristal para un futuro baño maría.

Sería muy largo de comentar todo lo que nos iba sucediendo a lo largo de esta peculiar  andadura de unos 800 kilómetros. Alguna vez y sin haber preguntado nada, alguna persona nos mostraba un detalle arquitectónico, un cuadro o algún aspecto de la naturaleza al que en aquel momento no otorgábamos un significado especial. Es ahora cuando tras haber transcurrido varios años al recordarlo nos sugiere algo más.

En una ocasión un religioso joven y muy agradable nos preguntó a la puerta de una iglesia: “¿habéis visto a María Magdalena la pecadora?”. Al decirle que no, nos acompañó para que la viésemos ya que estaba en un lugar poco transitable. Le hicimos una fotografía porque nos extrañó verla vestida con una falda escamosa al estilo de una sirena y con el tórax al desnudo. Tal vez el escultor quiso explicitar cierta concordancia con Jesucristo, que también era conocido como el pez. De hecho la concha, símbolo del agua, es el emblema del camino.

Maria Magdalena
Jesucristo con la cruz en forma de Y

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En Puente la Reina también se nos mostró específicamente una imagen de Jesucristo en la cruz, pero con la particularidad que el travesaño de los brazos era en forma de V en vez de horizontal. En esta estética de la cruz hay quien encuentra una similitud con el pie de la oca y si se le añade otra cruz en la base pero en sentido inverso, hay quien interpreta o lee el nombre encriptado de Jesús. Necesitaríamos disponer de más conocimientos para poderlo explicar de forma comprensible.

Para finalizar y en resumen decir que esta experiencia peregrina puede tener mil matices y es distinta según las vivencias externas de comunicación y las diversas introspecciones que inevitablemente vas haciendo casi sin darte cuenta. Es curioso porque aunque hagas el camino acompañada pasas mucho tiempo andando  sin intercambiar palabras. Andas y percibes, así sin más.

Toda vez que una persona lleve vividos bastantes años y a la vez haya tenido la experiencia de peregrinar, puede que se dé cuenta que esta metáfora del juego de la oca tiene su coherencia, lo que pasa es que con frecuencia no estamos atentos al significado que puedan  tener nuestras experiencias de la vida. Podría decir que aconsejo peregrinar donde sea porque también cubre la función de dar curso a nuestra necesidad inherente de emigrar, como lo hacen muchas aves, y si además durante este vuelo sucede que aflora una mayor luminosidad de conciencia, entonces la decisión tomada habrá sido fabulosa.

Curiosamente en estos momentos que recuerdo el pasado siento sin novedad —porque ya lo he vivido— el sublime bálsamo de la gratitud, ese sentimiento al que considero primo hermano del Amor, no conozco otro que se le asemeje. Experimento gratitud por estar viva y por todo lo que me ha ofrecido la vida y en especial por haber podido compartir un largo peregrinaje con la incansable, amorosa y sabia ciudadana Mari Carmen Cabo Téllez. Aunque ella no esté físicamente en este planeta, sus efluvios espirituales atraviesan la atmósfera, incluso con el cielo nublado.

Baston hecho por Juan Muntada de Pals. 1,45 cms.

[1] Cuando viajábamos en avión a Santiago en el año 2001, Mari Carmen le comentó a la azafata que yo tenía el título de piloto privado. Al cabo de un rato la azafata me dijo: “el comandante le invita a ir a la cabina de mando”. Me levanté como un rayo y fui. El comandante y el copiloto eran unas personas encantadoras, me hablaron de cuestiones técnicas aeronáuticas pudiéndoles seguir buena parte de la conversación y también insistieron en convencerme de que no dejara de volar. Vi claramente que amaban su profesión. Explico este detalle porque hace tres días, el 24 de marzo de 2015, ocurrió la tragedia del Boeing 320 en los Alpes franceses, en que murieron 150 personas dejándonos a todos afectados. Durante estos catorce años las medidas de seguridad dentro de los aviones han ido in crescendo, de forma que tener la ocasión de visitar la cabina es un hecho irrepetible, seas o no piloto. De acuerdo con los avances tecnológicos, vemos que el transporte aeronáutico teledirigido de pasajeros está a la vuelta de la esquina. Lástima que para ello el público previamente haya tenido que perder la confianza en los comandantes.
Maria Carmen  dejo  este mundo el día 3 de agosto del año 2007, para mi, su  amistad  fue de las cosas mas autenticas que la vida me ha dado, motivo que provoca sea tan difícil superar esta perenne pérdida. Presente en este bloc algunas de las piezas de cerámica que elaboraba  para dar salida  a su afición artística, la podemos consultar en Mari Carmen 

Tots avançam com pelegrins …

Tots avancem com pelegrins cap a valls de tendresa i, presoners de pluges de solitud, sondejam clarianes entre boscos de por, com aus que parteixen per petites remors. Tots solcam costes d’indiferència, fosques de desfici i malentesos de glaç. Només tu, que véns del silenci, coneixes la ruta del seu desgel i el mapa de llum dels illots més indòmits. Deixa que t’acompanyem pels indrets que alliberes, la fondària és teva i els aprenents som nosaltres. LLUÍS SERVERA SITJAR

 

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