En una ocasión, creo recordar que era en 1979, asistí a un taller sobre métodos de análisis transaccional impartido durante un fin de semana en un centro de Barcelona. Formábamos un grupo de unas veinte personas y, según dedujimos de las presentaciones, la mayoría teníamos la responsabilidad de gestionar grupos de personas del ámbito asistencial y docente en hospitales locales y comarcales. Al no disponer de un certificado de asistencia no logro recordar cual era el estamento organizador de la actividad si que recuerdo tuvimos que disponer d’un traductor porque los profesores eran de habla inglesa.

El primer día nos aconsejaron que fuésemos puntuales en entrar a la reunión debido a que cerrarían la puerta para evitar ser molestados. El trabajo del grupo taller fue conducido por dos psicólogos americanos que eran pareja y estaban especializados en técnicas de análisis transaccional y otras relacionadas con el estudio del inconsciente, como por ejemplo investigar otras vidas pasadas.

Al preguntarles si creían en estas otras vidas nos dijeron que sí y que no, que lo cierto era que esta práctica era terapéutica para las personas bajo tratamiento. Nos dijeron también que al finalizar el taller de Barcelona iban a impartir un curso de estas técnicas en Bélgica.

El local era espacioso, no tenía ventanas, la luz era muy tenue y estaba revestido de moqueta con elementos de distinto nivel al plano del suelo. Durante las prácticas los asistentes permanecimos sentados o tendidos en el suelo, a excepción de cuando a alguien se le aconsejaba hacer un ejercicio individual en una zona más elevada, tipo cama. En esta situación los profesores desempeñaban el rol de padre y de madre debido a que con facilidad la persona con la que se trabajaba podía entrar en un estado de desazón o bien de regresión. La profesora se llamaba Delfín y  cada uno de los ejercicios iban acompañados  de una tenue música de fondo .

Todos los miembros del grupo estábamos estirados, en estado de relajación y a la vez seguíamos mentalmente las situaciones que nos iban explicando los profesores. Una de ellas era la siguiente:

Debíamos de imaginarnos que nuestra madre nos llevaba en brazos cuando solo teníamos unos meses de edad.  No nos explicaron los motivos, pero dijeron que nuestra madre había tomado la decisión de abandonarnos. No sabía dónde hacerlo, pero a medida de ir avanzando se adentra por un camino forestal donde al cabo de una rato cruza un riachuelo de agua clara, hecho que permite deducir que se había alejado bastante de la ciudad.

Bebe de meses

Con la vista iba recorriendo el paisaje para localizar un lugar adecuado para dejarme en él, hasta que lo encuentra y con cuidado, le besa, me deja encima de una roca y se va.

Este final era abierto y cada cual podía sentir en qué lugar nos dejaba nuestra propia madre. Personalmente imaginé que me dejaba en el interior de la apertura de una roca donde tocaba el sol de media tarde. En ese momento el grado de emoción que sentí era indescriptible con palabras. Además, la sensación de incuria era superlativa debido a que al experimentarla en fase adulta se es consciente del hecho, mientras que un bebé sería desconocedor de la situación.

Tras dejarme en aquel lugar, mi madre reflexionó sobre lo que acaba de hacer y presa del remordimiento decide volver tras sus pasos a  buscarme. Al verla le regale una sonrisa y ella me cogió en brazos, me beso, me acarició y volvió a deshacer el camino. Cuando llegamos al manantial del riachuelo procedió a lavar mi cuerpo, como un gesto simbólico para demostrarme su afecto e intentar paliar el mal que quería ocasionarme.

El grado de emotividad en esta segunda secuencia fue nuevamente extrema, aunque esta vez debido a la calidez, cariño y ternura de la madre tenía otra connotación.

Ana con su hija Rosa M.

Los profesores nos condujeron poco a poco a salir de aquel estado afectivo-mental en que estuvimos sumidos, durante una media hora, y nos dijeron que en grupos de tres personas nos explicásemos la experiencia vivida. Personalmente compartí mi estado con una compañera y un compañero y nadie de los tres fue capaz de pronunciar una sola palabra. Nuestra reacción consistió tan solo en abrazarnos de tal manera que formábamos un único y estrecho bloque humano. Solamente fuimos capaces de intercambiar un torrente de lágrimas, sollozos y mucosidades.

Muchos de estos fluidos entraron a través de mi escote y se depositaron; supongo que los míos también debieron humedecer parte del tronco de mis circunstanciales depositarios afectivos, puesta la mirada en dicha situación de explosión sentimental colectiva, vemos que se trató de una catarsis de emociones posiblemente nunca antes vivida por algunos de nosotros y si alguien lo hubiese visto des de fuera tal vez lo hubiese catalogado  como a un extraño e insólito espectáculo colectivo emocional.

Después de este ejercicio dieron por finalizada la jornada y pienso que la mayoría de nosotros advertimos que quedaba algo para acabar: teníamos la sensación de que deberíamos de haber podido verbalizar nuestro trauma, razonarlo, descubrir la razón por la cual nuestra madre quiso abandonarnos y porqué se desató en nosotros aquel sentimiento tan vivo de nuestro inconsciente. También hubiese sido necesario valorar qué nos había aportado la experiencia en cuanto a nuestro desarrollo o crecimiento humano y por extensión a nuestro rol como profesionales con cargos intermedios.

Un hecho que puede confirmar que el ejercicio fue un contundente revulsivo emocional no resuelto tal vez sea el hecho de que el joven con quien compartimos nuestro estado emocional, posteriormente me localizó y vino a encontrarme. Nuestro contacto evidenció que nuestros sentimientos aún estaban a flor de piel, que ambos teníamos la necesidad de curar nuestras heridas afectivas.

No hace falta decir que a lo largo de nuestra existencia obtenemos logros y vivimos singulares gozos, pero también nos acaecen algunas pérdidas. En estas situaciones no tan agradables, en especial cuando fallece un ser querido, he experimentado un profundo vacio emocional, un sentimiento de carencia, de abandono, desamparo e injusticia, como si algo de mi también se hubiese desvanecido. Una extraña sensación que de muy joven no había experimentado.

También percibía como otras personas, en situaciones parecidas, mostraban un sentimiento que mentalmente consideraba como muy superficial, como una aceptación o resignación de los hechos sin ninguna otra connotación, donde destacaba la entereza y el dominio de uno mismo, muy frío según mi modo de ver.

Además de haber experimentado estos pasajes en varias ocasiones,  recientemente una de mis más apreciadas amigas ha sufrido un percance crítico de salud. Sin dar detalles, solo comentar que a mi edad, que supera de largo la fase adulta, ante esta situación he sentido en lo más profundo de mi ser un riesgo y un temor a una posible pérdida que acaparaba toda mi atención a lo largo de mis tareas cotidianas.

Esta vez a diferencia de las otras, tal vez porque dispongo de más tiempo, he reflexionado sobre el hecho de este propio estado emocional, a la vez he releído obras de Eric Berne i de Thomas A. Harris guardadas en el fondo de la estantería. He encontrado una respuesta que concuerda en algo que intuía en una cita que Harris hace del neurocirujano W. Penfield donde afirmaba: “Todo lo que ha sido captado de manera consciente por el ser humano permanece grabado con todo detalle y almacenado en el cerebro y es susceptible de ser reproducido en el presente. No solo se registran los acontecimientos sino que también los sentimientos provocados, es imposible evocar a uno sin el otro”.

En base a los datos aportados sería muy interesante saber como ha transcurrido la vida y las emociones de los profesionales que asistimos a aquel taller y de ser posible el reencuentro nos podríamos preguntar cuestiones tales como si hemos seguido ocupando cargos de responsabilidad, si hemos sido alguna vez suspendidos de nuestras funciones laborales, si hemos sufrido pérdidas prematuras de seres queridos, nuestras relaciones familiares, estados de salud y  economía. En todos los supuestos valorar el grado de intensidad de nuestra emotividad, comprobar si se han vivido los acontecimientos de pérdidas, abandonos, desconsideraciones personales y demás de manera aceptable o mediante un fuerte impacto afectivo.

En este punto es imposible realizar este estudio, pero sí formular dos  hipótesis que tal vez pusieran ser corroboradas:

1-      La provocación de una vivencia narrativa colectiva en estado de relajación consistente en que nuestra madre ha decidido abandonarnos en el bosque, deja en el cerebro una impronta de pérdida, abandono, desconsideración o incluso muerte que puede perdurar toda la vida y puede ser reproducida en algunos momentos de la vida y con una connotación de trauma mental.

2-     Personas de distintos ámbitos profesionales en este tipo de prácticas han sido preparadas para que la huella o impronta de fragilidad que continúa almacenada en su cerebro pueda ser una herramienta útil para la activación o desactivación de conductas  deseadas para los fines de algunas corporaciones o entidades. Podría ser este un tema de estudio.

Fluidos

Al dia siguiente despues de publicar este relato ecribi tambien un breve texto donde explicaba mi sentir en algunos momentos cuando  estada delante de una puesta de sol, podemos consultar el relato a: Puesta de sol.

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