Es difícil imaginar el esfuerzo que los gobiernos, así como los centros destinados al culto, y sus respectivos gestores, tienen que hacer para lograr que los ciudadanos se identifiquen con algunas de las ideas transmitidas mediante la publicidad y eslóganes que aparecen en los medios de comunicación o en lugares públicos que suelen estar relacionados con las corporaciones y el comercio.[1]
Los ciudadanos tenemos la potestad de escoger el contenido de un eslogan e integrar el mensaje en nuestra mente dejando de hacer una lectura de la contraparte que actúa a un nivel más subliminal y que, sin darnos cuenta, penetra de lleno en nuestro subconsciente.
Son presentados de manera que muestran tendencias y objetivos distintos según quien los firma. Algunos contienen propaganda política del estado y otros de empresas comerciales, ambos para incitar a practicar una conducta determinada o adquirir algún producto. Nunca son neutros, porque de ser así no tendrían razón de ser.
Con ello sin pensarlo, ni tal vez desearlo, nos hacemos acreedores de algunos de estos mensajes o ideologías, en ocasiones de tendencias opuestas, como sucede en el ámbito de la política. Aunque más allá de lo presentado pocas veces existen alternativas que marquen una gran diferencia programática.
Este hecho en la percepción publicitaria de distintos contenidos genera que el público receptor adquiera formas de pensar contrapuestas, aunque algunas vienen marcadas por el estatus socioeconómico al que se pertenece, incluyendo ideologías que pueden ir de un extremo al otro. Se ha observado que estas diferencias conceptuales, si se vuelven extremas, producen en la sociedad un cierto estado de fragmentación e incluso de desunión, pudiendo ocasionar que la unidad de la ciudadanía se debilite y nos convierta en seres más débiles para tomar decisiones que nos favorezcan.
Estas percepciones iniciales, sean de la tendencia que sean y debido a una cuestión de coherencia personal, serán mantenidas en la mente al largo del tiempo y reforzadas socialmente por los que piensan de forma similar, llegando estas a manifestarse como potencia afirmativa del carácter.
Con frecuencia esta impronta cultural queda consolidada en la mente y es difícil que pueda ser sustituida por otro tipo de contenido conceptual,[2] pero lo más transcendente del hecho es que el sujeto desarrollará el convencimiento de que su ideario mental ha sido generado por él mismo, efecto que hemos convenido en llamar libre albedrio.[3]
Este fenómeno permite que esas opiniones consolidadas en nuestro interior puedan en algún momento aflorar al exterior y servir de impulso para la defensa de una causa a defender, sean estas de carácter político, religioso i cultural, actualmente también se puede incluir el medio ambiente y cambio climático, la salud, el género, la defensa de la robótica e incluso sobre cómo se debería nacer y morir. Presentamos algunos carteles publicitarios en los que presentant una lectura bastante lineal.
Notas