Las vacaciones de verano del año 1973
En 1973 había finalizado el segundo curso de la carrera de enfermería -entonces ayudante técnico sanitario (ATS)- en la Residencia Sanitaria Vall d’Hebron y durante las vacaciones de verano fui a Suiza y me quedé una temporada a trabajar. Los primeros días en el país me ocupé de atender en su domicilio a una señora porque su cuidadora tenía tres días de fiesta. Durante la convivencia en ese espacio de tiempo tuvimos ocasión de llevar a cabo largas conversaciones, todas muy interesantes, porque ella tenía experiencia de vida y había vivido situaciones impresionantes. También había trabajado en la OMS. Al decirle que el lunes siguiente iría al Centro Médical de Genolier porque mediante la información que me entregó la universidad, sabía que necesitaban una ayudante de enfermería. Me comentó que ese centro hospitalario era lo mejor que había en Suiza. “Si puedes trabajar, estarás muy bien”, me aseguró.
Pero la sorpresa fue que el lunes por la mañana ella misma llamó al hospital y pidió hablar con la directora de enfermería. Pude escuchar cómo le informaba de mí y le hacía saber que ese día mismo le iría a ver. Interpreté esa conversación telefónica como una recomendación a la directora.
El hospital estaba a 25 kilómetros de Ginebra y para ir había que tomar un tren de montaña preparado para transportar esquiadores, con un espacio reservado para poner los esquís. La estación donde bajé estaba a tres kilómetros de la clínica y, si no se tenía coche, el camino debía hacerse a pie, de modo que, mientras caminaba, iba haciendo con el dedo la señal de autostop. Al poco se detuvo un coche lujoso, subí y con el equipaje en su regazo le dije al hombre que lo conducía. “Je me tourne hacia el Centro Genolier pour une occupation de aide infirmière.” “Sí, estoy al corriente”, me respondió en francés.
En el momento de entrar en la recepción algunas personas le saludaron muy apaciblemente: “¡Bonjour, monsieur! Bonjour monsieur Petitmermet!” El señor me acompañó al despacho de la directora de enfermería, entró él solo y me dijo que me esperara. Más adelante supe que el señor Petitmermet era el director de la clínica.
La jefa de enfermería me hizo varias preguntas y le resumí mi currículum profesional de ocho años de experiencia hospitalaria y también le dijo que a primeros de octubre realizaría el tercer curso de enfermería en el Hospital de Bellvitge de Barcelona . Me preguntó cuándo quería empezar y le respondí que al día siguiente, si les iba bien. Telefoneó a una persona que me enseñó todos los departamentos del centro y me presentó algunas personas, diciéndoles que era aide infirmière. También me acompañó a la costurera para que me probara el uniforme.
A continuación fuimos a una habitación que era la que tenía que ocupar durante su estancia en este centro. Estaba en la planta baja del edificio. El cuarto estaba muy bien equipado y disponía de grandes puertas de cristal correderas que daban a un jardín de césped. Pensé que se habían equivocado de habitación, pero no, porque al poco una señora vino a llevarme cuatro uniformes blancos y un distintivo con mi nombre en amarillo, color que indicaba que era ayudante de enfermera. Este recinto estaba pensado para pacientes de cirugía cardíaca.
La unidad de enfermería
A las ocho de la mañana ya estaba en la unidad y me recibió la enfermera madame Sutter, supervisora general del hospital. Iba impecablemente uniformada, tenía un talante de persona distinguida y con dotes de trato personal. Mostró un gesto consistente en situar las manos un tanto alzadas y caídas hacia delante, mientras se acercaba para leer mi nombre en la tarjeta de identificación que llevaba colgada y me dice, alargando las sílabas: “Mademoiselle Masana, je vas voces montrer comment las lits sont faits en técnica suiza.” Vamos a una habitación y hacemos la cama, las sábanas completamente estiradas y las esquineras hechas de una manera que no se deshacen. Un poco sorprendida, me dice en francés: “Señorita Masana, usted ya sabe hacer las camas correctamente.” Le respondí que sí, que tenía práctica.
Las compañeras de trabajo me explicaron que este centro fue construido por una asociación de banqueros y en principio cumplía las funciones de clínica de reposo, para realizar tratamientos antiestrés, cuidados de adelgazamiento y servicio de rehabilitación, pero que actualmente estaba equipado para atender a enfermos de cardiología. Todos los pacientes recibían los servicios profesionales de una dietista y de una psicóloga, que, además, les organizaba actividades de carácter social.
Madame Sutter, el segundo día de trabajo, me dijo: “Mademoiselle Masana, pouvez-vous accompagner la reine en un restaurante. Elle est dans la chambre numéro …” Entendí sólo que tenía que subir una señora al restaurante y el número de habitación. Entro en la habitación y le digo: “Bonjour, madame, je suis Rosa Maria, aide de enfermería. Je viens el acompagner al restaurante.” La ayudé a sentarse en una silla de ruedas y ella me pidió que le diera una pequeña manta para taparse las piernas, un libro y una pamela.
El restaurante era magnífico. Había ramos de flores y bandejas con fruta, pero lo más espectacular era una terraza llena de sombrillas desde donde se veían los Alpes con el Montblanc que destacaba. El maître del restaurante vino a recibirnos en la entrada del comedor y dijo que me avisaría cuando quisiera volver.
Madame Sutter me preguntó: “¿Vous avez déjà monté la reine en un restaurante?” Le respondí que sí. Afortunadamente, en la unidad estaba Laura Santamaria, una enfermera catalana, a la que pregunté:
-¿Qué me ha dicho madame Sutter? Use una palabra que no entiendo.
-Que si has acompañado a la reina en el restaurante.
-La reina, ¿dices? ¿Qué reina?
-La reina María José de Italia -respondió.
Por un momento pensé que me estaba haciendo la típica broma de novato. Pero no, era verdad. Se trataba de la reina María José de Italia, hija del rey Alberto I de Bélgica y de Isabel de Baviera. Estaba casada con Humbert II de Italia, de ahí que le llamaran reina de Italia. En el blog Nobleyreal se explica de forma muy detallada la biografía de esta reina.
Según una nota de prensa publicada en el diario El Punt de Girona del día 20-1-201, entre otros aspectos relacionados con la monárquica, decía que Mª Josepa de Saboya, hija de los reyes de Bélgica Albert y Elisabet, había muerto en la edad de 94 años el pasado sábado en Ginebre. Sería enterrada en Francia junto a su esposo Humbert II del que ambos reinaron en España durante 27 días.
La reina María José
Madame Sutter me comenta que la reina le había pedido que quería ser atendida por el ayudante de enfermería española, por lo que me ocupé hasta que al final de mi estancia en el centro. El primer día que tuve contacto con la reina desconocía que tuviera esa condición y me comporté con normalidad, decisión y relativa rapidez al hacerle las tareas a realizar, era mi talante. Posiblemente como la reina tenía un talante bastante activo y siempre estaba ocupada leyendo o escribiendo, debió de valorar que la hubiese atendido con diligencia y con un trato llano. Digo esto porque un día observé cómo un matrimonio le llamaba Sa Magesté y le hacía reverencias. Desconozco con qué agrado ella aceptaba ese trato adulador, pero realmente era cargante. El motivo por el que la reina estaba ingresada allí era para recuperarse de una lesión de rodilla a resultas de un accidente de coche. En la habitación tenía una fotografía del vehículo siniestrado en el que viajaba y, viéndole, parecía imposible que se hubiera podido salvar.
Cada día ayudaba a la reina a tomar un baño de 25 minutos en la bañera, con agua enriquecida con extracto de algas, después le acompañaba al servicio de rehabilitación, también en el restaurante, ya veces le servía las bandejas de la dieta habitación. Algunas veces recibía visitas que se quedaban a cenar con ella. Un día que tenía fiesta me dijeron que le habían ido a visitar el rey Balduino de Bélgica y la reina Fabiola. En otra ocasión, a varios pacientes se les veía entusiasmados y se arreglaban como si tuvieran que asistir a una fiesta. El motivo era que la reina tenía previsto darles una conferencia en el mismo hospital.
Una señora, creo que se llamaba Gautier, quiso imitar a la reina, que escribía las memorias de su estancia en la clínica, adjuntando fotografías. Así, la señora Gautier me preguntó si podía fotografiar a los directivos y trabajadores del centro y lo hice. Posteriormente le di el carrete para revelar. La tarea de hacer de fotógrafa fue una experiencia gratificante porque todo el mundo estaba contento por formar parte de las memorias de la reina o de la esposa de un banquero, como era el caso de la señora Gautier.
Las relaciones con otros pacientes
De los pacientes que atendí en el centro, podría decir que de todos tendría material para explicar algo, porque algunos tenían un carácter bastante peculiar. Ninguno era como otros pacientes que había conocido. En esta clínica no se podía decir que los pacientes fueran pasivos, por el contrario, porque eran ellos quienes decidían la mayoría de veces el tipo de asistencia que querían recibir. Se notaba que eran personas acostumbradas a tomar decisiones. Cabe destacar, sin embargo, la buena disposición al agradecimiento cuando se les podía satisfacer sus deseos. El tema de las relaciones entre compañeros de trabajo, excursiones y salidas lúdicas sería otro tema muy bonito de explicar, pero nos alejaríamos del tema central de este relato.
Hechos sincronizados
Es curioso que a mediados de julio me sintiera motivada para escribir una crónica titulada “Comunicación emocional ” referente a una experiencia vivida en Taizé mientras estaba con Maria Lluïsa Garcia-Cascón y otra amiga. Desde entonces, en 1973, sólo nos habíamos visto una vez, cuando ella trabajaba de enfermera en el aeropuerto de Barcelona.
La semana pasada volví a tener necesidad de contar unas vivencias en la clínica Genolier de Suiza ese mismo año. Mientras lo escribía, a menudo me venía al pensamiento Maria Lluïsa, porque fue ella quien me invitó a pasar unos días en su casa, con la suerte de poder trabajar una temporada de ayudante de enfermera.
Pues anoche me llamó Marisa Calsina, una amiga que también había trabajado con Maria Lluïsa, y me dio la impresionante noticia de que Maria Lluïsa había muerto en Cadaqués, en concreto el día 4 de agosto del 2017.
Estoy sorprendida, tengo esa sensación de que dos hechos así estén vinculados. El viernes día 4 de agosto estuve bastante absorbida relatando vivencias muy relacionadas también con Maria Lluïsa y mientras tanto ella vivía las últimas horas de su vida. Y ahora no puedo hacer nada, como tampoco lo he hecho hasta ahora; sólo recordar a María Luisa con gratitud, vitalidad y espiritualidad.
Adjuntamos un recorte del diario El Punto del día 20 de enero del año 2001 que habla de la defunción de la reina María José.
Una breve ampliación
Antes explicaba que la mayoría de pacientes que atendí en el hospital tenían una peculiar personalidad, aunque antes no havia hecho ningun comentario, decir que junto con otra colega del hospital dabamos atenciones d’enfermeria a un señor tenía que disponia de un humor muy destacable. Un dia le sucedió un hecho que podía afectar del todo a su imagen y autoestima, pero él al principio supo darle la vuelta i convertir-lo cómico, lo convirtió por lo que decia, aunque después se deprimió.
Mostró estar muy agradecido dijo, por el trato que recibió de nosotras dos en todo momento y al cabo de unos dias nos regalo una una gran botella de perfume y más. El frasco de perfume era tan voluminoso que lo justifica diciéndonos que el disponía de una fábrica de perfumes en Biarritz.
Pienso que en buena parte se obsesionó porque cada vez que hablava con él me decia que tenía que ir a su casa porque dormiría en la cama de Maria Antonieta , que él la habia comprado . Ante esta invitación, siempre le daba alguna excusa porque no encontraba nada de especial dormir en la cama de Maria Antonieta, claro que tal vez me hubiese podido transferir su belleza, distinción y virtudes, pero quien no me aseguraba que pudiese tener su mismo final ?
Hago esta explicación porque en Internet hay una crónica de Gabriel Fernández que describe la habitación de Maria Antonieta en el Palacio de Versalles de Francia, comenta que durante el siglo XVIII esta habitación fue modificada y algunos de los muebles se habían deteriorado pero con todo guardaban la estética de las tres reinas que habían ocupado este dormitorio. Actualmente desconozco el estado con que se encuentra el palacio pero es posible que la cama de Antonieta hubiera pasado a manos de algunos particulares.
Fernández en su texto adjunta la imagen de la habitación con la cama de Antonieta y al verla no me dejó indiferente dado que era el tema de conversación habitual con el perfumista de Biarritz y sin imaginar-me como podia ser la cama. Nada, aconteceres de la vida.